Los alumnos empiezan a respetar a su maestro primeramente cuando en casa, en su familia, observan un respeto y apoyo incuestionable por ese maestro. Gusten o no las decisiones o del maestro, lo que el padre enseña al hijo cuando apoya a ese profesor, es a respetar a la autoridad competente. Sin duda, uno de los mejores aprendizajes que un joven puede tener sus padres, para el resto de su vida adulta.
Nos encontramos en los últimos días del mes de enero de 2021. Las clases han empezado en la Comunidad de Madrid el pasado 20 de enero después de las vacaciones de navidad y tras un nuevo infortunio ya comentado en el artículo Episodio 8. Creo oportuno dedicarle unas líneas a las mujeres y hombres que históricamente han ejercido el oficio de maestros. Todas esas personas que han formado tanto en el plano académico como en el personal a generación tras generación y que merecen un 10 en su examen.
En los últimos tiempos escucho siempre el mismo mensaje, algo parecido a “los adolescentes siguen siendo iguales, con cada generación hay dificultades nuevas como los teléfonos móviles ahora, pero siempre han pasado cosas, lo que es nuevo ahora es el poco respeto que se le tiene al maestro. En mi época de niño, si mi profesor me castigaba o pedía hablar con mis padres, ya me podía ir preparando porque la que me caía en casa era memorable. Ahora ya no puedes casi ni arrancar una hoja del cuaderno a un alumno. Me apasiona esta profesión, pero se ha perdido algo importante. No son todos los alumnos, por supuesto, pero ya no se respeta la autoridad. El problema no es tanto esos alumnos como la falta de apoyo de los padres, a veces nos cuestionan y entonces, claro, el alumno no respeta las indicaciones. No son todos los padres, ni siquiera la mayoría, pero el porcentaje que lo hace está siendo mayor cada año”.
Como se puede entender es una conversación conformada a través de muchos “mini mensajes” de cientos de conversaciones que he mantenido en mi vida, no solo ahora que me dedico a la docencia, sino durante mis más de quince años anteriores. Hoy en día, comprendo la importancia de que el maestro se sienta respaldado por la familia de cada alumno.
Seguramente, llegados a este punto del artículo ya se podría crear un debate apasionante, sobre si es verdad o no que se ha perdido el respeto al maestro. O también, podríamos reflexionar sobre si el modelo antiguo era el más eficaz o conveniente, aquel en el que el profesor tiraba de las patillas a la mínima de cambio o de aquellas reglas de madera que castigaban los dedos de los alumnos. “La letra con sangre entra”. Probablemente, acabaríamos concluyendo y coincidiendo todos en que “ni tan corto ni tan calvo, un punto intermedio”.
Hoy aquí, escribiendo estas líneas, sería relativamente fácil escribir anécdotas o situaciones que pudieran argumentar y sostener la idea de la necesidad de apoyar las decisiones del maestro como modelo de referencia para nuestros hijos y, sobre todo, como construcción de un modelo de educación mejor en el futuro. Sin embargo, quiero desmarcarme de este hecho, que tanta literatura ya acapara, para centrarme en una única idea desarrollada y con un solo ejemplo de una situación real y ajena al ámbito docente.
La idea única es la que sigue.
Le está enseñando a desmarcarse de sus opiniones y de sostener sus propios miedos, para confiar en el criterio profesional, en la experiencia y en definitiva en la autoridad competente. Si usted se opone a las decisiones que el maestro de su hijo adopta, está enseñando a su hijo en definitiva, a no respetar a la autoridad competente.
A partir de aquí, podemos discutir sobre cientos de casuísticas, pero es precisamente ahí donde el debate se convierte en infinito y por ende, improductivo. No podemos desarrollar líneas de actuación ni propuestas filosóficas si nos paramos a analizar cada caso en individual, porque por supuesto que existen las excepciones, pero ya sabe usted que son necesarias precisamente por naturaleza, porque son excepciones que confirman la regla.
La idea única no tiene nada que ver con que un profesional cometa negligencias. No, por supuesto que ahí no. Pero claro, ser capaz de diferenciar entre una negligencia y una idea con la que usted pueda no estar de acuerdo, requiere un alto nivel de análisis y es ahí donde recae el error de los cientos de debates y desencuentros de opinión. Sea como fuere, la idea que expongo se basa en que da exactamente igual si el profesor se ha equivocado en una cuestión en concreto, en una calificación mal evaluada, en un castigo por una acción de la que su hijo no era totalmente “culpable”, … lo principal es que su hijo pueda ver reflejado en usted estas dos cualidades y posiciones:
Estos dos puntos, son fundamentales. Créame. Son una enseñanza extraordinaria para la vida adulta de su hijo.
El ejemplo que quería exponer es el siguiente. Es real.
Era un día de verano y yo estaba con mi hija haciendo cola para que ella pudiera entrar en un castillo hinchable. Ya sabe, una feria o fiestas locales y un montón de castillos para que los niños salten y se lo pasen bomba. Una mujer de edad similar a la mía estaba también haciendo cola, creo que delante de mí. Cuando le toca su turno, ella llama a su hija que estaba con su papá en otra cola y vienen rápidamente para entrar en el castillo hinchable. Hasta ahí, todo normal. No había nada raro. La encargada, otra mujer muy joven, que era la responsable de dar paso a los niños y de sacar a los que ya habían terminado, le dice a esta mamá que su hija no puede pasar porque la norma de esta feria es que debido a la multitud de gente que hay no se puede hacer cola por un niño si ese niño no está ahí esperando desde el principio. Algo así, como que no se pueden reservar plazas en las colas. La madre, no comparte la norma, empieza a dialogar con la responsable, se empieza a frustrar y con su hija al lado, acaba gritando e insultando gravemente a la encargada. La niña finalmente no pudo entrar el castillo hinchable y presenció un episodio verdaderamente bochornoso. Bueno, ella y todos los que estábamos ahí.
La reflexión que quiero promover con este ejemplo es la siguiente. No tiene demasiado sentido pararse a analizar si la norma está bien o mal establecida. Puede que tenga sentido y puede que no. Pero es una pérdida de tiempo. Se trata de unas fiestas, es un ambiente y un tiempo de disfrute. La labor de los padres es potenciar ese disfrute y conseguir que los hijos se lleven una sonrisa y un momento de felicidad. Si hubiese habido una situación de agresión o de evidente peligro para esa niña, entonces estaríamos hablando de negligencias por parte de los responsables y entonces sería otro debate. Pero, más allá de si la norma era coherente o no, el resultado fue que esa niña vio a su principal referente en esta vida, confrontando la norma y cuando se vio impotente, no solo la vio gritar sino insultar gravemente a la persona responsable. La madre, seguro, creyó verse tratada injustamente, creyó que estaban privando a su hija de un derecho, en definitiva, probablemente se sintió agredida y de ahí nació su reacción. Si usted ha leído mi libro “Cómo prevenir conflictos con adolescentes” identificará bien el tipo de violencia reactiva.
Si esta madre hubiese argumentado su malestar o su no conformidad con la norma de manera educada y hubiera buscado pacíficamente otra atracción a la que poder subir a su hija, además de todas las repercusiones personales, hubiera enseñado a su pequeña a respetar la autoridad a pesar de que no compartiera la norma. Este es un concepto tremendamente importante para el futuro de los hijos.
Si se trató de un caso aislado no tendrá demasiadas repercusiones, pero si es la tónica general de conducta de la madre, esta hija probablemente desarrollará actitudes y conductas ciertamente de oposición a la norma. Sin quererlo, pero casi inevitablemente, ya que los hijos aprenden de sus máximas figuras de referencia: papá y mamá.
Traslade este ejemplo a las aulas y las dramáticas consecuencias se multiplican. Porque más allá que un alumno que no respeta la norma en el centro de estudios es difícil que muestre un adecuado aprovechamiento en su formación académica y porque el colegio es el principal marco referencial en el que el preadolescente o joven puede ir aprendiendo y experimentando el respeto por las normas. Por si acaso, aquí van varias reflexiones que yo estoy aprendiendo en mi día:
Uno de los mejores regalos que le puede dar a su hijo es posicionarse firmemente al lado del profesor y de su centro de estudios, así su hijo adolescente verá en usted un modelo que tolera la frustración, que se informa para entender las normas y que respeta la autoridad competente. Solo así será capaz de mejorar como alumno y como persona, si no, empiezan a aparecer fantasmas que lo único que hacen es dificultar el “proceso de convertirse en persona” como bien tituló Carl Rogers.
La lonja del monasterio. 24 de enero de 2021.
Dedicado a todos mis nuevos compañeros profesores que tanto me enseñan.
Recomendación: Another brick on the wall. Pink Floyd.