¿Puedo mandar a mi hijo adolescente una temporada a casa de un familiar? Si estoy tan desesperado que no puedo convivir con mi hijo adolescente, ¿es bueno que le pida a un familiar que le acoja por un tiempo? ¿Qué claves debo tener en cuenta?
Ha comenzado el año 2021, todos mis mejores deseos para el futuro, cercano y lejano.
Mi experiencia acompañando a familias durante tantos años me ha enseñado que sin entender bien el por qué o la razón concreta, resulta que a comienzos de año salen a la luz muchos problemas no resueltos en las familias. Los meses de enero, febrero y marzo son especialmente llamativos con hijos adolescentes. ¿Podríamos sacar de esto una estadística o al menos una afirmación? Creo que no, porque es solamente una visión muy personal, pero es cierto que sentado en mi despacho cada enero y cada comienzo de año, son muchos las madres y los padres que están buscando ayuda o apoyo para mejorar la convivencia con sus hijos adolescentes. Pueda que tenga que ver con los propósitos que citaba en el anterior artículo, el Episodio 6, o puede que tenga que ver con el hecho de haber compartido mayor espacio de tiempo en familia dadas las vacaciones de navidad.
Sin embargo, este año es diferente porque verdaderamente ya estamos “acostumbrados” a compartir más espacio y tiempo en familia que nunca antes en la historia. ¿Podría ser quizás la mejor circunstancia que nos ha dejado el 2020? Podría ser, también hay otras tantísimas cosas buenas que nos ha enseñado esta temible e impredecible crisis, pero desde luego ha obligado a que padres e hijos tuvieran que convivir confinados en sus casas. Hemos tenido que aprender a compartir espacios de trabajo, de familia, de ocio, de deporte, todos juntos y sin poder “escaparnos”. Cada familia sabrá cómo pasó esos tiempos, pero la conclusión a la que yo he llegado, tras escuchar múltiples relatos de familias es que “el confinamiento no fue tan malo”. De hecho, estos jóvenes y adolescentes mostraron una actitud y conducta mejor de lo que cabía esperar. Cuando se levantó el confinamiento más estricto, entonces todo volvió paulatinamente a las dinámicas anteriores, aquellas familias que estaban en una línea negativa volvieron a ella y los que estaban en una línea positiva la retomaron. Pero la realidad es que ese tiempo, (ahora parece tan lejano mientras escribo estas líneas) nos sorprendió a todos los profesionales porque la valoración es mucho mejor de lo que nos pensábamos. Por supuesto, hubo desgraciadamente excepciones, pero el relato de muchas familias es que fue duro, pero no resultó tan catastrófico en lo que se refiere a relación con los hijos adolescentes que ya vivían situaciones difíciles. Tómense estas conclusiones exclusivamente como mis conclusiones profesionales y personales, en ningún caso como un dato fehaciente que pueda atribuirse a la población en su conjunto. No obstante, son mis conclusiones y creo oportuno transmitirlas en este espacio.
Y todo esto, ¿Qué tiene que ver con el título del artículo?
Siempre que oriento a familias con dinámicas que están cercanas a atravesar momentos de crisis evidente, suelo explorar la posibilidad de “mandar” al hijo o hija adolescente una temporada a casa de un familiar. Justamente, para que suponga algo así como lo que la sociedad mundial hemos vivido desgraciadamente durante el confinamiento. Un “lapsus” de tiempo, un cambio de dinámica, un “tiempo muerto” usando el término de baloncesto, un tiempo que suponga una “burbuja de aire fresco”. Tanto para los padres como para el propio adolescente.
Créame, lo que suele observarse es que la primera vez que esto sucede, la primera vez que el hijo se va un par de semanas a casa de un familiar existe un cambio drástico en la conducta y actitud de ese hijo. De repente, el pequeño diablo parece haberse tranquilizado, no se sabe bien por qué, pero del día a la mañana empieza a respetar las normas de esa nueva casa. Puede ser que sea por vergüenza o por intentar hacer las cosas bien, sea la razón que sea, la realidad es que es un periodo en el que todas las partes suelen salir beneficiadas. No obstante, no debemos engañarnos, no siempre tiene un efecto positivo, las variables que influyen en uno o en otro resultado son múltiples, pero es muy importante tener claro varios conceptos antes de tomar la decisión. De hecho, la diferencia que radica en conocer estas premisas y sopesarlas bien, puede tener un valor incalculable. Tómese el tiempo necesario en estudiarlas.
En otro momento, podremos ahondar sobre ese momento tan complejo y de emociones tan contradictorias que es el momento de la “llegada” del hijo a casa y la reanudación de la convivencia, pero de momento estoy convencido que es de vital importancia que tenga en cuenta estas cuatro premisas básicas, que he intentado resumir lo más posible.
Hace muchos años, cuando atravesaba un momento complicado en mi vida familiar, valoré verdaderamente la posibilidad de pedir a mi Tía Mamen pasar una temporada en su casa. La realidad es que era una solución perfecta, ella vivía a solo unas calles de distancia, confiaba en ella, mi familia confiaba en ella y podía haber supuesto un alivio a una fase de tensión provocada por acontecimientos ajenos a todos. Recuerdo bien acudir a mi psicóloga de entonces y trabajar sobre los pros y los contras. Para mi sorpresa quedó en evidencia que donde yo quería realmente estar era en mi casa durante esos momentos difíciles. La clave de aquello no fue el que yo pasara unos días en casa de mi tía que finalmente no ocurrió, el valor de aquella situación estuvo centrado en el hecho de que yo valorase la opción. Simplemente el hecho de reflexionar sobre ello me ayudó de manera sobresaliente a que la convivencia con mi familia continuara su curso de manera natural y saludable.
A menudo no hace falta llegar a mandar a un hijo adolescente a casa de un familiar, muchas veces con el mero hecho de sentarse todos a valorar la opción ya conlleva unas consecuencias asombrosamente positivas.
Park Avenue, 4 de enero de 2021
Dedicado a Mi Tía Mamen.
Recomendación: El clave bien temperado. Johann Sebastian Bach.