¿Es bueno o aconsejable que mi hijo adolescente se tome un año sabático?
Voy a intentar plasmar mi experiencia y punto de vista, con el único fin de generar reflexión, pero avanzo la clave: Planificación.
Si por alguna casualidad usted tiene o ha tenido contacto o relación con el mundo anglosajón, es decir, países y personas de habla inglesa, sabrá que a lo que me estoy refiriendo con nuestro conocido término “Año sabático” es al “Gap Year” denominado por los angloparlantes.
En 2001, tras cursar un primer año de universidad en el que me di cuenta que me había equivocado en la elección de estudios, decidí de la mano de mi entonces novia y hoy en día esposa, ir a pasar un curso entero a Irlanda. Un “año sabático” en el que trabajamos, continuamos aprendiendo inglés, nos quisimos mucho y miramos a la vida a los ojos. La verdad es que fuimos realmente felices en el Condado de Donegal. Años más tarde, tras una fase de acuciado estrés personal y laboral estuvimos algunos meses viviendo en Edimburgo, Escocia, previo paso por Nueva Zelanda. Ese “Gap Year” supuso un de los momentos más duros y preciosos de mi vida, siempre en compañía de mi mujer.
Si empezamos por el principio, lo primero que hay que hacer es definir y delimitar qué quiere decir el término “año sabático”. Ya habrá podido adivinar que etimológicamente el adjetivo de sabático viene asociado al término hebreo de “Sabbath” que literalmente significa el “día del descanso”. Ya sabe, al igual que en la cultura cristiana es el domingo, los hebreos o judíos tienen el sabbath como el día en el que se descansa. Lo que ocurre, es que en esta cultura o tradición, se lleva de manera más rigurosa y efectivamente está destinado al reposo y meditación. Pude observarlo directamente cuando siendo niño, mis padres nos llevaron a mi hermano y a mí a la tierra cuna de las religiones.
Si atendemos al uso práctico del término “año sabático” vemos que es literalmente el año en el que se respeta al campo, a la tierra y no se siembra. De manera resumida, hace referencia a que tras el ciclo de siembra de seis años establecido comúnmente, hay un séptimo en el que se deja descansar la tierra, para efectivamente que se limpie, fortalezca y prepare para el comienzo del nuevo ciclo.
Fíjese, que a partir de aquí, ya casi no hace falta ni explicar el significado ni los beneficios de la metáfora. El artículo podría acabar directamente aquí.
Porque el argumento es lo suficientemente sólido como respaldar la teoría de que si su hijo se toma un año de reposo y de preparación para un nuevo ciclo de vital importancia en su vida, ese comienzo va a estar fortalecido y saneado.
No obstante, en vez de terminar aquí, voy a intentar traducirlo a la situación que nos ocupa y que es precisamente la de pensar y valorar que un hijo adolescente pueda “tomarse” un “año sabático”.
Este es un escenario que habitualmente se plantea en intervenciones con adolescentes y familias. Normalmente, es contra intuitivo, es decir, ningún padre de buenas a primeras quiere que su hijo se tome un año sabático, porque rápidamente se traduce en “va a perder un año”. Claro, la diferencia radica exclusivamente en un concepto. La planificación. Si se ha decidido de manera activa y condensada tomarse un año sabático, lo normal es que los resultados a largo plazo sean asombrosamente positivos. Es decir, pensar y panificar qué es lo que voy a hacer el año que viene es el primer paso y dentro del amplio panorama de posibilidades tener en cuenta que parar un año es una opción, entonces si se decide por ella, quiere decir que tenemos ciertas garantías de que será una decisión acertada.
Lo que de ninguna manera debe ocurrir, es que sea una decisión tomada tras un “calentón” o en un momento de máxima presión o estrés, porque entonces no es una decisión meditada, sino de un carácter ciertamente impulsivo. No es lo que estamos buscando, porque esta decisión suele conllevar el abandono de un curso académico y siempre está asociado al concepto de fracaso. Es decir, el adolescente siempre tendrá en mente, aunque no sea de manera consciente, que aquel año, fracasó en los estudios y estuvo sin hacer nada, todo el año. Esto es justamente lo opuesto de lo que la propia identidad del “año sabático” busca. Fíjese, que siguiendo la metáfora anteriormente mostrada, sería algo así como que en el cuarto año, en el momento de sembrar no lo hemos hecho bien y viendo y anticipando que la cosecha va a ser un desastre, decidimos “tirar” la toalla y no hacer nada en la tierra ese año. Como ya habrá podido adivinar, habríamos alterado la totalidad del ciclo y por lo tanto del “ritmo” de la tierra y la cosecha. Ese pedazo de tierra, ya no tendría sus seis años consecutivos de trabajo y seguidamente el debido séptimo año de reposo. Posiblemente ese campo ya no vuelva a dar buenas cosechas, desde luego no a la misma altura de calidad que si se hubiera respetado. De la misma manera, no darle el descanso al final del sexto año, puede provocar una sobre explotación y por lo tanto desembocar en los mismos resultados.
Y ahora, a nuestro tema.
Advierto y detecto en los últimos años que hay dos tendencias en los procesos curriculares y académicos de los adolescentes de hoy en día. Por un lado, y me refiero a lo que puedo observar en la población que atiendo en Madrid en este año 2020, están ese grupo de alumnos que tienen cierto éxito académico y que están alcanzado esos objetivos que se programaron o que la sociedad les ha propuesto, con un alto nivel de estrés por continuar con su formación académica o por dar el salto al mercado laboral. De cualquier manera, el nivel de satisfacción y de motivación es superior al nivel de estrés, por lo que son capaces de sobrevivir e incluso de vivir felizmente. Por el contrario, está ese otro grupo de alumnos que no han sido capaces, o no han podido o no han querido soportar esos niveles de estrés y de la ansiedad generada por las calificaciones académicas, cayendo en la desesperación y posteriormente en la desidia.
Cuando podemos ver que un hijo está teniendo graves dificultades tanto en el plano del rendimiento académico como en un aspecto más profundo como puede ser la elección de un itinerario formativo o la decisión de qué carrera universitaria escoger, creo que es deber de los padres pararse a analizar y a sopesar si la posibilidad de un año sabático puede ejercer un refuerzo o un retroceso para su desarrollo. Como suelo poner siempre por bandera de mi discurso, subrayaré que no hay decisión acertada o errónea que se pueda escribir aquí ni aunque hiciéramos un listado de características y pertinentemente las asociáramos a una decisión concreta.
La realidad es que la mejor decisión es la que usted pueda tomar tras el debido tiempo de reflexión.
En este punto en el que usted ya ha leído casi mil palabras, lo que intento señalar es que, en ocasiones, programar con antelación un “año sabático” puede salvar el futuro de su hijo. Quizás, empiece el curso de 2º de bachillerato y desde el inicio de ese año en su casa tengan presente que al siguiente curso su hijo no va a ir a la universidad, sino que va a esperar un año y entonces empezará al siguiente. Quizás, ese sea un año prodigioso para no matricularse en una carrera casi al azar y pueda conectar y tomar conciencia qué es lo que realmente quiere hacer con su vida. Quizás, su hijo esté en 4º de E.S.O. y todo apunta a que no va a continuar por bachillerato porque quizás ni siquiera apruebe, y antes de continuar por un itinerario formativo diferente, decida parar y esperar un año. Quizás, entonces, pueda vislumbrar cuál es la estrategia de su futuro académico más coherente y ventajosa para él en concreto.
10 cosas reales que se pueden hacer en un GAP YEAR provechosas y que pueden suponer un cambio de rumbo radical en la vida de un adolescente.
Un gap year puede ser el mejor año de su vida, pero también puede ser el inicio del fin si no está planificado.
Ballybofey, 27 de diciembre de 2020.
Dedicado a Patricia & Kieran
Recomendación: A million miles away. Rory Gallagher. 1973.