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Episodio 4. Mi hijo no quiere estar en casa

Cuando un hijo no quiere estar en casa, lo que nos está indicando es que existe un problema. El no querer estar en casa podría argumentarse o explicarse desde el no saber estar en casa. 

Si mira a la calle una tarde cualquiera de diario, verá muchos adolescentes, en los parques, dando vueltas o sin saber bien qué hacer. Aunque sean muy diferentes entre ellos, todos tienen una única característica en común: No saben estar en sus casas. ¿Por qué un hijo no quiere estar en casa?

Todos esos adolescentes están aburridos en la mayoría de las ocasiones, y el aburrimiento en la calle no tiene precisamente buen pronóstico si no se disfruta de una estructura familiar sólida. A los adolescentes que usted no ve en la calle los días de diario son aquellos adolescentes que están compartiendo su vida en familia. Curiosamente estos son mayoría, pero claro, no les vemos. Esos sí quieren estar en casa.

Siempre comienzo la exposición de mis ideas con la misma premisa, sobre todo cuando las expongo en conferencias:

Las ideas que planteo en ningún caso son sentencias o pautas inalterables, son simplemente mi posicionamiento respecto a situaciones generales.

Me he enfrentado a todas estas situaciones durante toda mi trayectoria profesional y aquí en mis escritos o en las presentaciones de mis conferencias explico cuál es mi filosofía, mi criterio de actuación y mi valoración de manera general. Pero esta circunstancia toma una dimensión totalmente distinta cuando atiendo a un caso en concreto. Porque cada caso, cada adolescente, cada familia es un mundo en sí mismo y lo que le beneficia a una familia en concreto le puede perjudicar a otra en similares circunstancias pero con diferentes características.

Una vez asimilada esta premisa, comienzo con mi exposición de un tema que casi siempre sale encima de la mesa y es si se debe “dejar” salir a un hijo adolescente a la calle los días de diario. El titular del artículo ya especifica claramente mi posicionamiento inicial, pero como ya he señalado existen circunstancias que pudieran aconsejar lo contrario. Como siempre, lo verdaderamente importante es la reflexión que usted pueda realizar sobre este tema y los argumentos que así fundamenten sus decisiones.


De manera inicial y como punto de partida propongo esta pregunta: Un adolescente de, por ejemplo 15 años, ¿Con qué fin necesita salir un miércoles a la calle a las ocho de la tarde?


Empecemos por el principio. Un adolescente de 15 años se encuentra en edad de educación secundaria obligatoria, esto quiere decir que está obligado a acudir a su centro de estudios. Este concepto en sí mismo ya puede generar un debate apasionante, pero dejémoslo para otro momento y continuemos con este que nos ocupa.

Si debe acudir a su centro de estudios, querrá decir que en la mayoría de los casos y más a o menos a las 9 de la mañana tendrá que estar sentado en su aula con sus compañeras y compañeros. Para que esto suceda, imaginándome una media estadística, querrá decir que como tarde deberá despertarse (porque levantarse de la cama es otra cosa) a las 8 de la mañana. A los anteriormente referidos 15 años de edad, el requisito mínimo indispensable es que pueda dormir 8 horas de sueño real. Si la edad es menor de 15 años, mi experiencia y esta apreciación se sitúa fuera de toda aseveración científica, es que al menos debería dormir 9 horas, con un margen de optimización de 10 horas.

Fíjese bien, que si su hijo de 14 años por ejemplo, se despierta a las 7 de la mañana, según mi criterio y mi experiencia, lo óptimo es que estuviera dormido a las 21:00 horas de la noche, lo cual en los tiempos actuales de nuestra sociedad, parecería una quimera: un adolescente de 14 años de edad a las 21:00 horas de la noche ya dormido. De acuerdo, pero es imprescindible analizar detenidamente esta circunstancia.

 

Por poner un ejemplo, si un miércoles cualquiera de invierno, usted se queda con su hija o hijo viendo un partido de fútbol que empieza a las 20:45 y acaba a las 22:30, con toda la “hiper-estimulación” que puede producir, entre unas cosas y otras lo normal es que se duerma a las 00:00 horas. Solamente con esta circunstancia, de lo más común en millones de casas de nuestro país, ese adolescente ya estaría durmiendo menos de las horas óptimas para su correcto descanso y recuperación. Ahora sustituya el partido de fútbol por estar “dando una vuelta con los amigos” un miércoles a las 20:00 horas y todas las consecuencias desafortunadas que se pueden presuponer.

 

Hasta este punto queda argumentada la circunstancia obvia del descanso necesario para luego poder mantener una buen rendimiento académico al día siguiente. Aunque pudiera parecer que este es el principal argumento, desde mi punto no lo es porque cualquier adolescente puede ir a clase, volver a casa a comer, estudiar y hacer los deberes y marcharse a la calle de, por ejemplo, 18:00 horas de la tarde a 20:00 horas todos los días, para luego regresar a casa, ducharse, cenar y estar dormido a las 23:00. Bien, en principio sería irreprochable respecto al argumento de las horas efectivas de sueño.

Entonces, ¿por qué debería quedarse ese chico en casa por las tardes los días de diario? A lo largo de mis años de dedicación profesional a ayudar a padres a resolver conflictos con sus hijos y a ayudar a hijos a resolver conflictos con sus padres, he podido comprobar que en la mayoría de las ocasiones esos hijos adolescentes no eran capaces de permanecer en sus casas cierto número de tardes seguidas. Parece como si de repente estuvieran “encarcelados” o como muchos de ellos dicen “me falta el aire, me agobio en casa”. Llega un punto, un momento, en el que sin darnos cuenta de cómo hemos llegado hasta aquí, nos encontramos con un hijo o hija que literalmente necesita salir de casa todos los días, independientemente del tiempo que haga en la calle o de lo bien o mal que se lo pase con sus amigos. Necesita salir y no hay quien le retenga en casa. Pues bien, esto es un problema cuyo origen tiene su base en la infancia y en la más temprana pre-adolescencia.

Si, por ejemplo, con 6 años de edad hemos “acostumbrado” a nuestros hijos a salir de casa a hacer mil planes en los días de diario, con unos amigos del cole, con otros amigos, con unos familiares, a dar una vuelta por un sitio que no conocemos,… ellos cuando crezcan lo tendrán instaurado en su dinámica y será muy difícil modificarlo años más adelante. ¿Cómo se puede argumentar que ahora no puedes salir a la calle, cuando siempre lo hemos hecho?


Sin perder de vista el sentido común y hablando de manera genérica, debo posicionarme en que es muy importante para el pre-adolescente y para el adolescente tener una dinámica muy marcada desde el domingo por la tarde noche, hasta el mismo viernes cuando acabe su jornada lectiva.


Las tardes son un momento de vital importancia para el reposo de la mente, son un valiosísimo espacio para poder interiorizar y “calmar” todo el torbellino emocional que ha supuesto la jornada escolar, tanto desde el punto de vista académico como social y ese torbellino necesita descansar para poder asimilar todo lo que ha pasado. Créame, un adolescente experimenta toda una vorágine de emociones y de sensaciones en una única jornada en el colegio o instituto. Poder disfrutar de una tarde en casa de manera sosegada y pausada le beneficia para alcanzar el deseado equilibrio. Además, y quizás como uno de los aspectos más importantes, debo subrayar que es en los días de diario, cuando verdaderamente se establecen las rutinas sanas en el núcleo familiar. Los fines de semana, deben suponer el descanso intelectual para el adolescente y además un momento de efectivamente ruptura de las dinámicas y rutinas establecidas durante la semana. Es el momento de poder socializar de manera más prolongada, de compartir momentos lúdicos con la familia, de visitar sitios nuevos, de disfrutar del deporte, naturaleza, de asistir a eventos culturales, en definitiva de “airearse física e intelectualmente”.

 

Las rutinas sanas de una familia, se establecen poco a poco, día a día, en la preparación de cena, en la colaboración de las tareas domésticas, en ir recibiendo a los miembros de la casa que van llegando del trabajo o del cole, en el merendar juntos, en el conversar durante la cena y compartir preocupaciones y progresos, en el reír juntos, en el estar tristes juntos.

 

Cuando un niño tiene interiorizado desde pequeño que el martes, por ejemplo, es momento de estar en casa y en familia, cuando vaya creciendo no tendrá la necesidad de salir corriendo a la calle un martes cualquiera, porque literalmente se sentirá bien en su casa. Paradójicamente, tendrá la necesidad de quedarse en casa, para estudiar, para descansar, para pasarlo bien en su casa con su familia. De repente, ese niño ve claramente en su mente que ya tendrá el fin de semana para “romper la pista de baile en la discoteca”.

 

Por lo tanto, si su hijo adolescente quiere pasar todos los días fuera de casa, quizás la mejor vía no sea la de obligarle a quedarse en casa sin salir, porque justamente produce el efecto contrario, se agobiará más en casa. Una de las mejores estrategias es poco a poco ir propiciando un buen clima familiar, un clima de hogar en el que le vaya apeteciendo más quedarse.

Si usted está leyendo estas líneas y le parece difícil conseguirlo, aquí va una clave: posiblemente la dinámica actual de su casa sea la que propicie que su hijo quiera irse a la calle. Quizás, lo que le pase es que literalmente no sabe estar en casa. Le podría dar hasta vergüenza. Para aprender a estar en casa, hay que empezar desde el principio, poquito a poco. Nadie va del cero al cien sin tropezar. Su tarea como padre o madre, no debería estar tan centrada en conseguir que no salga hoy a la calle, sino en tener claro el objetivo a largo plazo y alcanzar la constancia y la estabilidad. Quizás, no lo consiga este mes, o este trimestre, pero el objetivo debe estar bien claro.

El camino siempre es el mismo, su hijo debe sentir profundamente que a usted verdaderamente le apetece estar con él.

La Caseta, 20 de diciembre de 2020.

Dedicado a mis amigos, con los que compartí tantos y tantos momentos que contra todo pronóstico forjaron una amistad de influencia exquisitamente positiva: Tosfe, Mochuelo y Chicho. 

Recomendación: Hay poco rock & roll. Platero y Tú. 1994.