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Recompensar el esfuerzo.

Recompensas, premios, esfuerzo y resultados. Cuatro conceptos que dependiendo de la manera que estén relacionados entre sí pueden llevarnos a muy distintas soluciones.

Episodio 19

Quiero empezar este artículo subrayando la importancia que tiene el mantenerse activo en la atención e intervención directa con adolescentes y sus familias, al suponer un continuo aprendizaje. Todo ello desde el punto de vista que “estando activo” el profesional se va enfrentando a situaciones conocidas pero en constante cambio. Desde la práctica se puede confirmar o comprobar la teoría. Sin querer entrar en terrenos ajenos, es suficiente con entender que la «theoría» y la «praxis» son hermanas inseparables, con disputas distintas a las mellizas «praxis» y «poiesis»; pero no me atrevo a continuar no vaya a ser que Aristóteles levante la cabeza y me lleve una merecida reprimenda.

Una de las cuestiones que siempre he valorado de la “praxis” es que supone “fuego real”, algo así como “la música en directo”, lejos de practicar en el campo de tiro o en el estudio, cuando el profesional se enfrenta a la práctica real es cuando surgen esos imprevistos o situaciones inesperadas a las que hay que enfrentarse y resolver de la mejor manera posible. Este hecho, esta capacidad de resolución, solo tiene cabida si hay una gran carga de estudio técnico previo, cierta experiencia y mucha dedicación.


Solo ahí, puede disponerse de las herramientas apropiadas para el proceso de resolución y consecuente aprendizaje.


Yo mismo puedo verme en estos días ante esta situación en dos escenarios muy distintos y que confirman este punto de vista.

Por un lado, en mi atención y orientación a familias, actividad que llevo desempeñando desde hace más de 16 años y desde distintos ámbitos. Por otro lado, en mi recién estrenada actividad docente. En la primera, la realidad es que a pesar de la complejidad de la casuística considero que puedo manejar las distintas situaciones con cierta perspectiva de éxito y cuando no acierto, el aprendizaje que me llevo es estratosférico. En la segunda, sencillamente no cuento con la experiencia ni con el dominio de la técnica, por lo que continuamente (clase a clase, hora tras hora) me encuentro en un torbellino de aprendizajes. Los que mis alumnos me aportan y los que yo infiero de la praxis de la actividad transformadas en reflexiones.


Quedarse sentado delante de textos, teorizando, es tarea de aquellos que ya han llegado al nivel de dominio cuasi absoluto de cualquier matera; y aún así, de vez en vez les nace el impulso de volver “al terreno de juego” porque es donde se continúa aprendiendo.


Una vez superada esta justificación, puedo continuar con la argumentación de la frase que titula el presente artículo y que componen tres simples palabras. “Recompensar el esfuerzo”. Suelo hacer referencia a esa frase tan incontestable de Friedrich Nietzsche que leí en su “Así habló Zaratustra” y que sigue así: “Hace tiempo ya que viví las razones de mis opiniones”. Me quedé varios segundos absorto en ella. Me apoyo líricamente en esta frase cuando quiero hacer referencia a que he contrastado previamente mis opiniones . Por supuesto, que no debe ser una fórmula mágica la de recompensar el esfuerzo, pero dese luego para la inmensa mayoría de los casos que he visto siempre ha funcionado. Y ha sido así, por dos razones que he adelantado anteriormente. Por la theoría y por la praxis.

Mi punto de vista, que desarrollo en mi libro “Cómo prevenir conflictos con adolescentes”, es muy claro a la hora de exponer que las “recompensas” en detrimento de los “premios” son una herramienta mucho más educativa, útil y productiva (si queremos usar este término). Todo tiene que ver con la temporalidad. No es lo mismo, exponer con amor y la mayor de las firmezas a un hijo adolescente que si lleva a cabo ciertas tareas, que si respeta determinadas normas y no transgrede ciertos límites va a obtener una recompensa concreta, que no explicitarlos y simplemente “premiar” con algo por haber realizado las mismas acciones.

Le animo a que lea en el libro el capítulo 4 “La caja de herramientas” en el que se expone con más detalle y profundidad.

La semana pasada, dentro de mi tiempo de “praxis” y atendiendo a una familia, analizaba con los padres cómo podíamos establecer recompensas para su hijo, sobre todo centradas en el ámbito académico. En estas conversaciones se puso de manifiesto algo que siempre trabajo con las familias, pero de manera mucho más explícita: los padres siempre con sus mejores intenciones tratan de buscar aquellas recompensas por objetivos alcanzados. Traducido al ámbito académico es algo así como recompensar por aprobar. Bastante fácil y sencillo de entender “Si apruebas conseguirás esto o aquello”.

En principio esta recompensa estaría bien planteada ya que ciertamente está anunciada con el suficiente tiempo de antelación y porque tiene un fin educativo. Pero sin embargo, desde mi experiencia, esconde una pequeña trampa para todos, padres e hijos. Hay veces que a pesar de poner en marcha los mecanismos necesarios para alcanzar ese objetivo, por causas externas no se consigue y la recompensa queda enrocada en un callejón sin salida. Por un lado, los padres tienen razón porque su hijo no ha aprobado, pero por otro lado el hijo tiene un argumento muy sólido ya que existe una explicación lógica a dicha «no consecución» del objetivo. Créanme que las explicaciones pueden ser de lo más escatológicas y, al mismo tiempo, irreprochables. En este sentido, la estrategia no solo no ha conseguido su función primordial, esto es, la educativa, sino que ha provocado un incremento del nivel de tensión y frustración en el conjunto familiar.

Ante esta perspectiva, siempre me ha resultado mucho más efectiva la estrategia de “recompensar el esfuerzo”, por varias razones.

La primera, porque ahí va a radicar el verdadero aprendizaje de nuestro hijo. Esforzarse al máximo es una de las mayores enseñanzas que podemos regalarles a nuestros adolescentes. Nada. Nada es posible sin esfuerzo. Bueno, sí, ganar dinero con la lotería. Pero sin esfuerzo, la vida no tiene sentido y precisamente en la etapa de la adolescencia donde el juego se tambalea entra la autoafirmación como inicio de la adultez y la lucha interna por la búsqueda del continuo concepto del hedonismo, esto es, el placer inmediato, la educación en el esfuerzo es un tesoro mucho mayor que el del puro resultado.

La segunda, porque puede ser cuantificado de manera continua. En el ejemplo citado puede evidenciarse cómo día a día puede cuantificarse el esfuerzo del hijo, ya sea en el número de horas pautadas de estudio, ya sea en la realización de tareas, ya sea por medio de las comunicaciones con el centro de estudios confirmando el esfuerzo y actitud,… es decir es fácilmente cuantificable a pesar de lo que inicialmente pudiera pensarse.

La tercera, porque el adolescente puede ir comprobando la evolución progresiva del objetivo. Para entender esta última razón, imagínese uno de los videojuegos a los que quizás juegue su hijo o hija. En estos juegos, normalmente, hay unos marcadores con muchos numeritos y en la mayoría de ellos hay un porcentaje en el que se puede ir comprobando la evolución del objetivo. Algo así como “Tu nave espacial ya ha aniquilado al 46% de los mosntruitos alienígenas de la galaxia” Esto es un mensaje importantísimo para el cerebro porque no le deja descansar, le está mandando continuamente bombas motivadoras para que continúe, para que no abandone. No hace falta imaginar mucho para saber que cuando su hijo ve en la pantalla que ya ha llegado al 74% del objetivo, no le queda nada para convertirse en el dominador total de la galaxia y se «extra motiva». Traducido al ámbito que nos atañe, no es lo mismo que su hijo vaya recibiendo “feedback” (¿por qué no lo llamo por su nombre? = retroalimentación) de usted semana a semana y sepa que independientemente de las notas finales, parece que si sigue así va a alcanzar la recompensa.

La cuarta es la más obvias de todas. Porque normalmente detrás de un resultado positivo siempre hay un esfuerzo positivo. La técnica es simplemente darle la vuelta y lo normal es que el resultado llegue a largo plazo.

He terminado de leer estos días el libro de Alberto Royo “Contra la nueva educación” de Plataforma Editorial. La realidad es que no me ha gustado el “tono” con el que está escrito. Ciertamente me declaro incómodo con su bolígrafo y con algún punto de vista que expone de manera clara y directa. Ojalá algún día tenga la oportunidad de hablarlo con él. (De hecho, voy a mandarle este artículo a ver qué le parece).

Pero hay ciertas (muchas) cosas en las que estoy de acuerdo con él. A saber:

El esfuerzo, el estudio continuo, la concentración, la memorización, el respeto del discente por el docente, el conocimiento en contra de la información, la cultura y la auto-exigencia, todos ellos conceptos que van dentro de mi bandera.

Educar a nuestros hijos en el esfuerzo siempre es un regalo de valor incalculable, lo que perseguimos al fin y al cabo es poder admirar cómo nuestros pequeños adolescentes se convierten en adultos autosuficientes. Y sin esfuerzo, esta tarea es imposible.

Cuatro Caminos, a 27 de abril de 2021.

Dedicado a José Luis Cortés, “El Remolino” mi profesor de guitarra flamenca.

Recomendación: Concierto de Aranjuez. Maestro Joaquín Rodrigo