¿Cuál es la asignatura más importante del currículo académico?
¿Por qué debería interesarme por la música como asignatura de mis hijos?
Recuerdo como si fuera ayer que mi tío Carlos y mi padre se encerraban en el sótano de casa de mi tío, allí pasaban horas y horas. Cuando yo era pequeño no era muy consciente de qué hacían, pero poco a poco me dí cuenta de que lo que hacían era “escuchar música”. Solo eso. Todo el rato. Allí debieron de sostener buenas discusiones musicales, el uno diciendo que Mahler era un descerebrado, el otro diciendo que los Strauss eran unos pesados; el primero que el Free Jazz era incomprensible y de nuevo el segundo ofreciéndole abrir sus miras a nuevas formas. La música era el centro de todo. Es una pena que ya no puedan seguir con sus discusiones. De mí depende coger el relevo.
Resulta que en este año 2020 he empezado a trabajar en aquello para lo que estudié casi 20 años atrás. Profesor de Música en el Ciclo de Educación Primaria. El destino, si es que existe tal concepto, es caprichoso y a veces se burla de ti. Me he pasado toda mi vida profesional meditando sobre la utilidad real de mis estudios de universidad para finalmente estar redescubriéndome a mí como profesional y como persona. Resucito en este nuevo oficio.
En mi trayectoria profesional siempre he estado interviniendo en centros educativos y colaborando con docentes. No miento cuando afirmo aquí que siempre les he admirado y por otro lado, cuando confirmo que nunca he querido estar en su piel. Sencillamente no me veía capaz de desarrollar la labor que les veía hacer. Y tras estar posicionado años en ese pensamiento, la vida me lleva a estar disfrutando de la tarea de ser profesor y en concreto, Profesor de Música. No puedo hablar desde la experiencia pues todavía no cuento con ella, supongo que dentro de algún tiempo habré tomado perspectiva y podré emitir valoraciones y espero que reflexiones productivas. Mi tarea ahora es aprender, que no es poca cosa.
Sin embargo, desde mis primeros pasos por la universidad ha habido una idea de la que no me he podido desprender nunca. Mejor aún, con el paso de los años esa idea ha ido conquistando los argumentos en contra que yo mismo diseñaba para afianzarse no ya como una idea, sino más bien como una certeza. Todavía no puedo hacer mía esa memorable cita de Friedrich Nietzsche que decía: “…hace tiempo ya que viví las razones de mis opiniones…” pero desde siempre tengo la certeza de que la asignatura de Música es la más importante de todo el currículo académico en las etapas de la enseñanza obligatoria.
Claro, todo ello con el permiso de otras dos asignaturas básicas para el correcto desarrollo de cualquier ser humano, por un lado la asignatura de Educación Física y por otro lado, Filosofía. El Mundo Antiguo ya dejó constancia de un manifiesto incuestionable en el lema de “Mens Sana in Corpore Sano”, así que creo que sobran las explicaciones respecto a la Educación Física. De nuevo “los griegos”, sentaron las bases de nuestra civilización mayoritariamente a través del estudio, aplicación y divulgación de la Filosofía. Desde mi punto de vista estas dos asignaturas son un pilar fundamental del desarrollo humano en general y por tanto de nuestros pequeños alumnos de hoy en día para convertirse en las mujeres y hombres que sostengan nuestro mundo en el futuro.
La música, quizás la “María” de las asignaturas junto con la añorada “Plástica” o como ahora mismo se llama “Arts & Crafts”, es esa asignatura que a los padres les da exactamente igual la nota que sus hijos saquen. De hecho, ni se les pasa por la cabeza que la suspendan, simplemente “eso es algo que no sucede”. Si bien es cierto que Matemáticas, Lengua o Física son asignaturas que van a fundamentar el itinerario académico y más tarde profesional, quizás podamos estar cometiendo un pequeño error como sociedad al menospreciar la asignatura de Música. Veamos por qué.
La Música es la más abstracta de las siete artes. Esto quiere decir que es la más difícil de comprender o de visualizar. Todos estaremos de acuerdo en que la arquitectura y escultura son apreciadas a simple vista y hasta en ocasiones pueden ser hasta “sentidas” a través del tacto. La pintura evoca directamente imágenes y colores bien definidos. La literatura consigue extraer imágenes y reflexiones en nuestro cerebro a través de las letras, que esconden una única intención tanto por su connotación como por su denotación. La danza y el cine a través de la interpretación de los personajes a los que representan sus actores evidencian quizás explícitamente el mensaje que quieren trasladar. A pesar de dichas concreciones, cada persona aprecia una misma obra de arte bien sea una pintura, una escultura, una obra arquitectónica o un escrito con sus propias acepciones. Todos sabemos que la lectura de una novela es asombrosamente personal y única para cada lector. Sin embargo, en la composición de las obras musicales la abstracción es la clave fundamental para la persona que está degustando este arte y en este sentido adquiere unas dimensiones exponenciales la diferencia de “mensajes” que el “oyente” interpreta.
Más o menos, para toda la población actual, dejando a un lado pequeños resquicios y ejemplos de sociedades aborígenes o muy aisladas del mundo socializado, la tonalidad mayor (Re Mayor, por ejemplo) sugiere estados de alegría y la tonalidad menor (Re menor, por ejemplo) evoca estados de melancolía o tristeza. Si usted no sabe de lo que estoy hablando es porque seguramente no tenga conocimientos musicales, pero la realidad es que cuando usted escucha una música “triste” en la mayoría de las ocasiones es porque está “escrita” en modalidad menor. Por el contrario, cuando escuche una canción evidentemente “alegre” es porque seguramente esté “escrita” en modalidad mayor. Pues esta es casi la única regla de interpretación o traducción del mensaje que cada obra musical representa. El resto de apreciaciones son predominantemente personales. Usted puede escuchar por ejemplo, la sonata “Patética” para piano de Beethoven y hundirle en la más profunda de las tristezas y otra persona finalizar la escucha con un “subidón” (perdone la expresión) de adrenalina que desencadene en un estado de euforia sublime. Esto también ocurre en las otras artes que he comentado, por supuesto. Seguramente lo que usted sienta mientras observa “El grito” de E. Munch difiera de lo que siente un amigo suyo, pero en la música las distancias se convierten en siderales.
Y aquí es cuando encontramos la clave de mi razonamiento. Cuando entra en juego el reconocimiento del estado emocional por el que transitamos cuando escuchamos y nos sumergimos en una obra musical.
Como ya sabemos, una de las habilidades más importantes para cualquier persona es ser capaz de detectar qué emoción básica estamos sintiendo en cada momento, para así ser capaces de auto regularnos y no caer en la frustración que en la mayoría de ocasiones desemboca en un estado de ira descontrolado. La ira o la rabia son emociones muy útiles y sanas de experimentar cuando las circunstancias lo requieren, pero cuando no lo requieren o cuando se presentan de manera desajustada pueden tener consecuencias catastróficas. A mi entender el principal objetivo de toda escuela es que sus alumnos primero se formen como persona. En su sentido integral. El reconocimiento del estado emocional es un contenido imprescindible si usted quiere que su hijo en el futuro cuente con las habilidades necesarias para enfocar un futuro sano y saludable.
La educación musical desempeña un papel fundamental en este sentido, ya que aumenta directamente los niveles de habilidad y capacidad de abstracción del alumno, y en consecuencia su destreza en detectar estados emocionales. Si todavía este argumento no ha acabado de catapultar a la Educación Musical al trono de las asignaturas actuales, podría añadir que el desarrollo del Lenguaje Musical y los conceptos que esconden ámbitos como el estudio de la Armonía, Composición o simplemente el estudio de la rítmica equiparan su nivel de complejidad al de las Matemáticas más avanzadas. Pruebe a realizar un simple ejercicio de transposición de tonalidades o de cadencias en armonía. Si como la mayoría de los mortales no sabe de lo que hablo, y debo confesar que a mí me cuesta una vida también comprender esos ejercicios, le invito a que haga la prueba a que un chico o chica que esté estudiando música le explique procesos básicos de los conceptos referidos.
Si un alumno de primaria alcanzara el inicio de la etapa del Ciclo de Educación Secundaria Obligatoria con un buen nivel de regulación emocional y de capacidad de abstracción, seguramente estaría preparado para el gran nivel de esfuerzo académico al que será requerido en todo el conjunto de asignaturas hasta que alcance la edad universitaria.
Y ahora, llegados al final de este pequeño alegato a favor de la asignatura de “Música” me toca desvelar una pequeña trampa.
Efectivamente, la trampa radica en que no existe una asignatura mejor que otra. La música no es la mejor asignatura. Verdaderamente, la idoneidad en el planteamiento del currículo académico no existe, o al menos no lo conocemos aún, pero es cierto que el equilibrio es la clave, menospreciar cualquier asignatura no es una buena estrategia.
Y hasta que descubramos cuál es la fórmula mágica, (no confundir con la flauta mágica) solo me queda parafrasear a un excelente divulgador de Música Clásica y no tan clásica como es Don Martín Llade con su ya famoso grito de guerra:
“Viva Mozart”.
Cumbre de Peñalara, 7 de diciembre de 2020.
Dedicado a mi Padre y a mi Tío Carlos.
Recomendación: Led Zeppelin IV