Hay un poco de intimidades personales en este episodio.
Hay un poco de denuncia.
Hay un poco de enfado.
Hay un poco de alerta.
Acabe ya con esas bebidas nocivas en su casa y fuera de ella.
Episodio 33.
Yo nací en 1981 y cuando éramos preadolescentes, no me acuerdo de la edad, pero pongamos que 11 años por ejemplo, el cumpleaños se solía celebrar de distintas maneras dependiendo de cada familia y contexto social, pero en el mío me acuerdo que una de las maneras era ir al Burger King. ¡Guau!, quedábamos los seis o siete o los que fuera niños de clase, y se pedía para cada uno un menú completo. ¡Guau!, una hamburguesa grande, patatas fritas gigantes y una coca cola super grande. Comíamos todos juntos, nos reíamos un montón y con la barriga a explotar salíamos a pegar balonazos con el balón, entonces un rato después venían los padres con los abrigos de todos (yo nací en otoño y ya hace frío) y cada uno para su casa. Fin del cumpleaños. Todos felices, un vaso de leche con Nesquick y a dormir. Hasta el año que viene.
Hace no mucho he estado unos días en el hospital, por motivos felices. Recuerdo nítidamente cómo en un momento salí de la habitación y deambulé por los pasillos en búsqueda de la cafetería con la necesidad de comer algo por fin. La verdad es que el trato del hospital fue excelente, todo lo contrario que la oferta alimenticia de la cafetería. Así, que decidí volver sobre mis pasos y buscar los rincones con las máquinas expendedoras de alimentos, dentro del propio hospital. Recuerdo que tuve ganas de sacar fotos y colgarlas en redes sociales, a modo casi de denuncia social, pero decidí no distraerme de mis motivos felices con el teléfono móvil. Un hospital y era imposible encontrar comida “medianamente sana”, la práctica totalidad de la oferta era una bomba de colesterol y procesados tremenda. El único aspecto positivo era que si me daba un «taburdillo», pues ya estaba en el hospital…permítanme el humor este un poco desacertado.
Parado ahí delante de las máquinas, de repente, vi a pasar a un preadolescente que se acercó a la máquina sobre la que yo estaba absorto y se compró una lata de esas enormes de refresco a tope de cafeína y no sé cuántas cosas más. Supongo que el chico pensó lo único que podría pensar, que yo era un viejo que no me decidía y que seguramente estaba parado sin saber cómo se metía la monedita. El chico iba muy seguro de sí mismo, muy resuelto. Estuve a puntito de preguntarle por qué se iba a meter esa bomba con el cuerpo tan pequeñito que tenía y, sobre todo, me interesaba mucho saber por qué le quería hacer daño a su sinapsis cerebral. ¿Por qué alterar y destrozar de esa manera el ecosistema de neuronas que estaban en la flor de la vida? Menos mal que no lo hice, porque supongo que podría haber acabado ingresado en contra de mi voluntad en la planta de psiquiatría, tal y como están los tiempos hoy en día. Permítanme este segundo desliz desafortunado. Además, me estaban esperando felices razones en la habitación y no me merecía la pena hacerlas esperar. A las razones.
Creo que esta vez no hace falta todo eso.
Seré directo.
Beber refrescos no es lo que ahora hacen los preadolescentes. Ellos ahora beben bebidas gaseosas azucaradas sin componentes naturales y cargadas hasta el infarto de sustancias no adecuadas ni siquiera para adultos en esas cantidades, la cafeína por ejemplo.
Antes se bebía un TANG, ¿se acuerdan? o una limonada. El tang era una guarrería pero tenía otro estilo. La limonada o una “naranja” era un refresco que efectivamente parecía refrescarte. Sin embargo, hace mucho tiempo dimos por bueno beber Coca-Cola en cantidades ingentes, así como sus hermanas asociadas, la fanta, aquarius y demás. Pero de repente, la sociedad juvenil quedó conmovida por esa nueva bebida que literalmente te daba alas. Red-Bull. Alucinante. Te despegaba del suelo o eso cuentan los que la bebían. Pero no contentos con eso, ahora mismo hay una desproporcionado cantidad de bebidas (ya no sé cómo más calificarlas) que son un disparo contra la salud. Haga el ejercicio de pararse en el pasillo del supermercado esta semana, mire durante un pequeño ratito las diferentes marcas, modelos, colores llamativos, cantidades (porque se beben grandes, nada de pequeñas) e imágenes seductoras.
Puede que usted esté pensando que no es para tanto. Por supuesto que no lo es. O quizás sí.
En épocas anteriores a la aparición de estas bebidas, los adolescentes, los niños nunca habían bebido refrescos de mayor cantidad de 33 cl, de hecho, si en el cumpleaños te tomabas dos coca colas….ya es que estabas cometiendo una gran travesura. Por eso, cuando esos niños se acercaban a la adolescencia y se iniciaban en el consumo de alcohol sus cuerpecitos y el uso al que estaban acostumbrados ejercían como “factor de protección” ya que les costaba un esfuerzo admitir cantidades mayores de líquido.
Hoy en día, es fácil que un chico de 12 años, en una tarde con sus amigos pueda beberse en líquido lo equivalente a tres latas de esas grandes. Esto es 150 cl. Un litro y medio.
¿Qué espera que haga cuando se inicie en el consumo de alcohol y su cuerpecito esté tan acostumbrado y se haya hecho más grande aún?
No mire para otro lado.
Ejerza de referente para su hijo.
Es su responsabilidad como padre y madre.
Si los componentes químicos de esas bebidas y el abominable riesgo para la salud de sus hijos no le mueve a restringir de inmediato esas bebidas, piense en el concepto de generar tolerancia a altas cantidades de líquido tóxico en el estómago de sus hijos.
Nunca es tarde para abandonar definitivamente el consumo de alimentos sustancias nocivas.
A lomos del Toro Rojo, 17 de febrero de 2022.
Dedicado a todos esos niños y niñas que un día vinieron a mis cumpleaños, con los que comí hamburguesa y jugué al balón.
Recomendación: Canon brindis de Mozart. “Levantemos nuestras copas, llenas de vino espumoso…”